Las Sagradas Escrituras

Creemos que la Biblia es la Revelación escrita de Dios. Los sesenta y seis libros de la Biblia, dados a nosotros por el Espíritu Santo, constituyen la Palabra de Dios completa (inspirada igualmente en todas sus partes). (1 Co. 2:7-14; 2 P. 1:20-21).
Creemos que, la Palabra de Dios es una revelación objetiva, proposicional (1 Ts. 2:13; 1 Co 2:13), verbalmente inspirada en cada palabra (2 Ti. 3:16), absolutamente inerrante en los documentos originales, infalible, e inspirada por Dios.
Creemos que, la interpretación de las escrituras en forma literal, gramatical e histórica, afirman la creencia que, los capítulos de apertura de Génesis presentan la creación en seis días literales (Gn. 1:31; Ex. 31:17).
Creemos que la Biblia constituye la única regla infalible de fe y práctica (Mt. 5:18, 24:35; Jn. 10:35; 16:12-13; 17:17; 1 Co. 2:13; 2 Ti. 3:15-17; He. 4:12; 2 P. 1:20-21).
Creemos que, Dios habló por medio de Su Palabra escrita en un proceso dual de paternidad literaria. El Espíritu Santo supervisó a los autores humanos que, a través de sus personalidades individuales y diferentes estilos literarios, han compuesto y registrado la Palabra de Dios para el hombre (2 P. 1:20-21) sin error en su contenido, ya sea parcial o total, (Mt. 5:18; 2 Ti. 3:16).
Creemos que, aunque pueda haber varias aplicaciones de algún pasaje dado de las Escrituras, hay una sola interpretación. El significado de la Escritura se encuentra cuando diligentemente se aplica el método gramático-histórico literal de interpretación bajo la iluminación del Espíritu Santo (Jn. 7:17, 16:12-15; 1 Co. 2:7-15, 1 Jn. 2:20). Es la responsabilidad de cada creyente, buscar cuidadosamente la verdadera intención y significado de las Escrituras, reconociendo que la aplicación adecuada es obligación de todas las generaciones. Aun así, la verdad de las Escrituras está para juzgar a los hombres; y nunca los hombres para juzgar las Escrituras.

Dios

Solamente hay un Dios vivo y verdadero (Dt. 6:4; Is. 45:5-7; 1 Co. 8:4); Espíritu infinito y omnisciente (Jn. 4:24), perfecto en todos sus atributos, uno en esencia, que existe eternamente en tres Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. (Mt. 28:19; 2 Co. 13:14) y que cada uno merece adoración y obediencia en igualdad.

Dios Padre.

Creemos que Dios el Padre, la Primera persona de la Trinidad, ordena y dispone todas las cosas de acuerdo a Su propio designio y gracia (Sal. 145:8-9; 1 Co. 8:6). El es el creador de todas las cosas (Gn. 1:1-31; Ef. 3:9). Como el único, absoluto y omnipotente gobernador en el universo, es soberano en creación, providencia y redención (Sal. 103:19; Ro. 11:36). Su paternidad involucra tanto su nombramiento dentro de la trinidad, como su relación con la humanidad. Como creador, El es Padre de todos los hombres (Ef. 3:15), pero solamente es Padre espiritual de los creyentes, (Ro. 8:14; 2 Co. 6:18). El ha decretado para Su propia gloria todas las cosas que habrán de suceder (Ef. 1:11). Continuamente sostiene, dirige y gobierna todas las criaturas y eventos (1 Cr. 29:11). En Su soberanía Él no es autor, ni consiente el pecado (Hab. 1.13; Jn 8:38-47), tampoco minimiza la responsabilidad de criaturas morales e inteligentes (1 P. 1:17). Él, por Su Gracia, ha escogido desde la eternidad a aquellos que habrían de ser suyos (Ef. 1:4-6). Él salva de pecado a todos los que a El vienen a través de Jesucristo. Adopta como suyos a todos aquellos que viene a Él, y se convierten en el Padre de ellos (Jn 1:12; Ro 8:15; Gá 4:5; He 12:5-9).

Dios Hijo.

Creemos que Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad, posee todas las excelencias divinas, y en éstas es co-igual, co-substancial y co-eternal con el Padre (Jn. 10:30, 14:19). Creemos que Dios el Padre creó todas las cosas según su voluntad, a través de Su Hijo Jesucristo, por quién todas las cosas continúan en existencia y en operación (Jn. 1.3; Col 1:15-17; He 1:2). Creemos que, en la encarnación (Dios hecho hombre) Cristo renunció solamente a los privilegios de la deidad, sin abandonar en absoluto la esencia misma de la deidad, ya sea en grado o género. En su encarnación, la Segunda Persona de la Trinidad que existe eternamente, aceptó todas las características esenciales de la humanidad y se convirtió en el Dios-hombre (Fil. 2:5-8; Col. 2:9). Creemos que Jesucristo representa humanidad y divinidad en una unión indivisible (Mi. 5:2; Jn. 5:27; 14:9; Col. 2:9).

Creemos que nuestro Señor Jesucristo, nació de una virgen (Is. 7:14; Mt. 1:23, 25; Lc. 1:26-35); que Él era Dios encarnado (Jn. 1:1, 14); y que el propósito de su encarnación fue para revelar a Dios, redimir al hombre y gobernar sobre el reino de Dios (Sal. 2:7-9; Is 9:6; Jn. 1.29; Fil. 2:9-11; He. 7:25-26; 1 P. 1:18-19). Creemos que, en la encarnación, la Segunda persona de la Trinidad dejó de lado el completo derecho de coexistencia con Dios, para asumir el lugar de Hijo y tomar la forma de existencia adecuada de un siervo, en tanto que nunca se despojó a Sí mismo de Sus atributos divinos. (Fil. 2:5-8). Creemos que nuestro Señor Jesucristo, logró nuestra redención a través el derramamiento de su Sangre y muerte sacrificial en la cruz y, que Su muerte fue voluntaria, vicaria, substitutoria, propiciatoria, y redentora (Jn. 10:15; Ro. 3:24.25; 5:8-9; 2 Co. 5.14; 1 P. 2:24; 3:18).

Creemos que nuestra justificación está asegurada por su resurrección física y literal de los muertos, y que la ha ascendido a la mano derecha del Padre, en donde ahora intercede como nuestro Abogado y Sumo Sacerdote (Mt. 28:6; Lc. 24:38-39; Jn. 2:1; Hch. 2:30-31; Ro. 4:25; 8:34; He. 7:25; 9:24). Creemos que en la resurrección de Jesucristo de la tumba, Dios confirmó la deidad de Su Hijo y dio prueba de que había aceptado la obra expiatoria de Cristo en la cruz. La resurrección corporal de Cristo, es también la garantía de una futura resurrección para todos los creyentes (Jn. 5:26-29; 14.19; Ro. 1:4, 4.25, 6:5-10; 1 Co. 15:20, 23). Creemos que Jesucristo en el arrebatamiento volverá a buscar a la iglesia, la cual es Su cuerpo y establecerá Su Reino milenial sobre la tierra cuando vuelva con su iglesia en gloria (Hch. 1:9-11; 1 Ts. 4.13-18; Ap. 20). Creemos que a través del Señor Jesucristo Dios juzgará a la humanidad. (Jn 5.22-23), tanto a creyentes (1 Co. 3:10-15; 2 Co. 5:10) así como a aquellos que estén vivos en la tierra durante su gloriosa venida (Mt. 25:31-46) y aquellos que hayan muerto en incredulidad frente Gran Trono Blanco (Ap 20:11-15). Como mediador entre Dios y el hombre (Tit. 2:5), la cabeza de su cuerpo, la iglesia (Ef. 1.22, 5.23; Col. 1:18), y el Rey universal que vendrá a reinar sobre el trono de David, (Is. 9:6; Lc. 1:31-33), Él es el último juez de todos aquellos que no hayan puesto su confianza en el cómo Señor y Salvador. (Mt. 2.14-46; Hch. 17:30-31).

Dios Espíritu.

Creemos que el Espíritu Santo es una Persona divina, eterna, que no ha sido creada, que posee todos los atributos de personalidad y deidad incluyendo intelecto (1 Co. 10:13), emociones (Ef. 4:30), voluntad (1 Co. 12:11), eternidad (He. 9:14), omnipresencia (Sal. 139:7-10), omnisciencia (Is. 40:13-14), omnipotencia (Ro. 15.13) y veracidad (Jn. 16.13). El es co-igual y co-substancial con el Padre y el Hijo (Mt. 28:19; Hch. 5.3-4, 28:25-26; 1 Co. 12:4-6; 2 Co. 13:14; Je. 31.31-34 cp. He. 10:15-17). Creemos que la obra del Espíritu Santo e ejecutar la voluntad divina con relación a toda la humanidad. Reconocemos su actividad soberana en la creación (Gn. 1:2), la encarnación (Mt. 1:18), la revelación escrita (2 Pe. 1:20-21), y la obra de salvación (Jn. 3.5-7). Creemos que la obra del Espíritu Santo en esta era comenzó en Pentecostés, cuando Él descendió del Padre según la promesa de Cristo (Jn. 14.16-17, 15:26) para iniciar y completar la formación del cuerpo de Cristo, que es su iglesia (1 Co. 12:13). La amplia esfera de su actividad divina, incluye convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio glorificando al Señor Jesucristo y transformando a los creyentes a la imagen de Cristo (Jn. 16:7-9; Hch. 1:5; 2:4; Ro. 8:29; 2 Co. 3:18; Ef. 2:22).

Creemos que el Espíritu Santo es el agente soberano y sobrenatural en la obra de la regeneración, bautizando a todos los creyentes e incorporándolos al cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13). Él también mora en ellos, los santifica, los instruye, les da poder para servir y los sella para el día de la redención (Ro. 8:9; 2 Co. 3:6; Ef. 1:13). Creemos que el Espíritu Santo es el Divino Maestro que guió a los apóstoles y profetas en toda verdad, al dedicarse a ellos a escribir la revelación de Dios, la Biblia. Cada creyente posee en su interior, la presencia del Espíritu Santo desde el momento de la salvación y es el deber de todos aquellos nacidos del Espíritu, ser llenos y controlados por Él (Jn. 16.13; Ro. 8:9; Ef. 5:18; 2 P. 1:19-21; 1 Jn. 2:20, 27). Creemos que el Espíritu Santo administra dones espirituales a la iglesia, no para glorificarse a Sí mismo o desplegar los dones por medio de una exhibición ostentosa, sino para glorificar a Cristo, implementando Su obra de redención a los perdidos y edificando a los creyentes en la sagrada fe (Jn. 16:14-14; Hch. 1:8; 1 Co. 12:4-11). Creemos al respecto que Dios, el Espíritu Santo es soberano en la distribución de todos sus dones, para la perfección de los santos de hoy día y que, el hablar en lenguas y la realización de milagros en el comienzo de la iglesia eran para el propósito de dar a conocer y autenticar a los apóstoles como mensajeros de la verdad divina y nunca tuvieron el propósito de ser características de la vida de los creyentes (1 Co. 12:4-11, 13:8-10; 2 Co. 12.12; Ef. 4:7-12; He. 2:1-4).

El Hombre

Creemos que el hombre fue directamente creado por Dios a su imagen y semejanza, fue creado libre de pecado con una naturaleza racional, inteligencia, voluntad, determinación y una responsabilidad moral hacia Dios. (Gn. 2:7, 15:25; Stg. 3:9). Creemos que el designio de Dios al crear al hombre fue que glorificara a Dios y disfrutara de su comunión, viviera su vida cumpliendo Su voluntad, y al realizar esto, cumpliría con el propósito que Dios tenía al poner al hombre en el mundo (Is. 43:7; Col. 1:16; Ap. 4:11).

Creemos que el pecado de desobediencia de Adán, contra la revelación de la Voluntad de Dios y Su palabra, hizo que el hombre perdiera su inocencia; incurriera en el castigo de la muerte física y espiritual, quedara sujeto a la ira de Dios; y que llegara a ser inherentemente corrupto y absolutamente incapaz de escoger o hacer lo que es aceptable a Dios, a no ser por la Gracia divina. No poseyendo poderes recuperadores que lo habiliten para rescatarse a sí mismo, el hombre está completamente perdido sin esperanza. La salvación del hombre es por tanto, completamente la Gracia de Dios a través de la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo (Gn. 2:16-17, 3:1-19; Jn. 3:26; Ro. 3:23; 6:23; 1 Co. 2:14: Ef. 2:1-3; 1 Ti. 2:13-14; 1 Jn. 1:8). Creemos que, porque todos los hombres estaban en la simiente de Adán, la naturaleza corrupta por su pecado ha sido transmitida a todos los hombres de todas las edades, siendo Jesucristo la única excepción. Por lo tanto todos los hombres son pecadores por naturaleza, por elección y por declaración divina. (Sal. 14:1-3; Jer. 17:9; Ro. 3:9-18, 23; 5:10-12).

La Salvación

Creemos que la salvación es completamente por la gracia de Dios, en base a la redención de Cristo y del mérito de Su sangre derramada y no está basada en obras o méritos humanos. (Jn. 1:12; Ef. 1:7; 2:8-10; 1 P. 1:18-19).

La Regeneración.

Creemos que la regeneración es una obra sobrenatural del Espíritu Santo, por la cual se da la vida y naturaleza divina al hombre. (Jn. 3.3-7; Tit. 3:5) esto sucede de manera instantánea, cuando el pecador arrepentido, según le capacita el Espíritu Santo, responde por fe a la divina provisión de salvación y se logra solamente por el poder del Espíritu Santo, siendo el instrumento, la Palabra de Dios (Jn. 5:24). Una regeneración genuina se manifiesta por frutos dignos de arrepentimiento y se demuestra en actitudes y conductas rectas. Las buenas obras son su evidencia y fruto (1 Co. 6:19-20; Ef. 2:10) y se experimentarán en la medida en que el creyente se someta al control del Espíritu en su vida a través de la obediencia fiel a la Palabra de Dios (Ef. 5:17-21; Fil. 2:12b; Col. 3:16; 2 P. 1:4.-10). Esta obediencia hace que el creyente se conforme a la imagen de nuestro Señor Jesucristo (2 Co. 3:18). Tal conformación culmina con la glorificación del creyente en la venida de Cristo. (Ro. 8:17; 2 P. 1:4; 1 Jn. 3:2-3).

La Elección.

Creemos que la elección es un acto de Dios, por el cual, Él escogió en Cristo, antes de la fundación del mundo, a aquellos a quienes por gracia habrá de regenerar, salvar y santificar (Ro. 8:28-30; Ef. 1.4-11; 2 Ts. 2:13; 2 Ti. 2:10; 1 P. 1:1-2). Creemos que la soberana elección de Dios, no contradice o niega la responsabilidad del hombre de arrepentirse y confiar en Cristo como Salvador y Señor (Ez. 18:23, 32; 33:11; Jn. 3:18-19, 36; 5:40; Ro. 9:22-23; 2 Ts. 2:10-12; Ap. 22:17). Sin embargo, ya que la soberana gracia incluye recibir el don de salvación, tanto como el don mismo, la elección soberana resultara en lo que Dios determina. A todos, a los que el Padre llama, vendrán en fe y a todos los que vienen en fe, el Padre les recibirá. (Jn 6:37-40, 44; Hch 13:48; Stg 4:8). Creemos que el inmerecido favor que Dios concede a los pecadores totalmente depravados, no está relacionado con ninguna iniciativa propia y tampoco es la anticipación de Dios, a lo que ellos podrán hacer de su propia voluntad, sino que es solamente por Su soberana gracia y misericordia (Ef. 1:4-7; Tit. 3:4-7; 1 P. 1:2). Creemos que la elección no se debe ver como algo basado meramente en la soberanía abstracta. Dios es verdaderamente soberano, pero Él ejercita esta soberanía en armonía con Sus otros atributos, especialmente Su omnisciencia, justicia, santidad sabiduría, gracia y amor, (Ro. 9:11-16). Esta soberanía, exaltará siempre la voluntad de Dios en una manera, totalmente consistente con Su carácter, así como está revelado en la vida de nuestro Señor Jesucristo (Mt. 11:25-28; 2 Ti. 1:9).

La Justificación.

Creemos que la justificación ante Dios, es un acto de Dios (Ro. 8:33) por el cual Él declara justo a aquellos que a través de la fe en Cristo se arrepienten de sus pecados (Is. 55:6-7; Lc. 13:30; Hch. 2:38; 3:19; 11:18; Ro. 2:4; 2 Co. 7:10) y le confiesan como el Señor soberano (Ro. 10:9-10; 1 Co. 12:3; 2 Co. 4:5; Fil. 2:11). Esta justificación está separada de cualquier virtud y obra humana (Ro. 3:20; 4:6) e involucra la imputación de nuestros pecados a Cristo (Col. 2:14; 1 P. 2:24) y la imputación de la justicia de Jesucristo a nosotros (1 Co. 1:30; 2 Co. 5.21). De esta manera Dios, está capacitado para ser “justo y el que justifica al os que tiene fe en Jesús” (Ro. 3:26).

La Santificación.

Creemos que cada creyente es santificado (apartado) para Dios, por medio de la justificación y es por lo tanto, declarado santo e identificado como tal. Esta santificación es proposicional e instantánea y no debe ser confundida con la santificación progresiva. Esta santificación tiene que ver con la posición del creyente, no su presente andar o condición (Hch. 20:32; 1 Co. 1:2, 30; 6:11; 2 Ts. 2:13; He. 2:11; 3:1; 10:10, 14; 13:12; 1 P. 1:2). Creemos que también a través de la obra del Espíritu Santo, hay una santificación progresiva por la cual el creyente va a cercándose a la posición que goza en Cristo por medio de la justificación. A través de la obediencia a la Palabra de Dios y al poder del Espíritu Santo, el creyente es capaz de vivir una vida de creciente santidad, en conformidad a la voluntad de Dios, llegando a ser más y más como nuestro Señor Jesucristo (Jn. 17:17, 19; Ro. 6:1-22; 2 Co. 3:18; 1 Ts. 4:3-4; 5.23). Al respecto, creemos que cada persona salvada está envuelta en un diario conflicto –la nueva creación en Cristo, en batalla contra la carne– pero Dios le ha provisto adecuadamente par la victoria a través del poder del Espíritu Santo que mora en él. Sin embargo, la batalla del creyente continúa durante toda su vida en la tierra y nunca está completamente terminada. Todos los reclamos en cuanto a la erradicación del pecado no es posible, pero el Espíritu Santo provee para la victoria sobre el pecado. (Gal. 5:16-25; Ef. 4:22-24; Fil. 3:12; Col. 3:9-10; 1 P. 1:14-16; 1 Jn. 3:5-9).

La Seguridad.

Enseñamos que todos los redimidos, una vez que han sido salvos, son guardados por el Poder de Dios y de esta manera están seguros en Cristo para siempre (Jn. 5:24; 6:37-40; 10:27-30; Ro. 5:9-10; 8:1, 31-39; 1 Co. 1:4-8; Ef. 4:30; He. 7:25; 13:5; 1 P. 1:5; Jud. 24). Enseñamos que el privilegio de los creyentes es regocijarse en la certidumbre de su salvación por medio del testimonio de la Palabra de Dios, el cual, no obstante, claramente nos prohibe el uso de la libertad Cristiana como una ocasión para vivir en pecado y carnalidad (Ro. 6:15-22; Gal. 5:13, 25-26; Tit. 2:11-14).

La Separación.

Enseñamos que a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento claramente se llama a la separación del pecado, y que las Escrituras claramente indican que en los últimos días la apostasía y la mundanalidad se incrementarán (2 Co. 6:14-7:1; 2 Ti. 3:1-5; 1 Ti. 4:1-3). Enseñamos que a partir de una profunda gratitud por la gracia inmerecida de Dios que se nos ha sido otorgada y debido a que nuestro Dios glorioso es tan digno de nuestra consagración total, todos los salvos deben de vivir de tal manera que demostremos nuestro amor reverente a Dios y de esta manera no traer deshonra a nuestro Señor y Salvador. También enseñamos que Dios nos manda a que nos separemos de toda apostasía religiosa y prácticas mundanas y pecaminosas (Ro. 12:1-2; 1 Co. 5:9-13; 2 Co. 6:14-7:1; 1 Ju. 2:15-17; 2 Ju. 9-11). Enseñamos que los creyentes deben de estar separados para nuestro Señor Jesucristo (2 Ts. 1:11-12; He. 12:1-2) y afirmar que la vida Cristiana es una vida de justicia obediente que refleja la enseñanza de las Bienaventuranzas (Mt. 5:2-12) y una búsqueda continua de santidad (Ro. 12:1-2; 2 Co. 7:1; He. 12:14; Tit. 2:11-14; 1 Jn. 3:1-10).

La Iglesia

Enseñamos que todos los que confían en Jesucristo son inmediatamente colocados por el Espíritu Santo en un Cuerpo espiritual unido, la iglesia (1 Co. 12:12-13), la novia de Cristo (2 Co. 11:2; Ef. 5:23-32; Ap. 19:7-8), de la cual Cristo es la cabeza (Ef. 1:22; 4:15; Col. 1:18). Enseñamos que la formación de la iglesia, el Cuerpo de Cristo, comenzó en el Día de Pentecostés (Hch. 2:1-21, 38-47) y será completada cuando Cristo venga por los Suyos en el rapto (1 Co. 15:51-52; 1 Ts. 4:13-18). Enseñamos que la iglesia es un organismo espiritual único diseñado por Cristo, constituido por todos los creyentes que han nacido de nuevo en la época actual (Ef. 2:11-3:6). La iglesia es distinta a Israel (1 Co. 10:32), un misterio no revelado sino hasta esta época (Ef. 3:1-6; 5:32). Enseñamos que la autoridad suprema de la iglesia es Cristo (1 Co. 11:3; Ef. 1:22; Col. 1:18) y que el liderazgo, dones, orden, disciplina, y adoración son determinados por medio de Su soberanía como se encuentra en las Escrituras. Las personas bíblicamente designadas sirviendo bajo Cristo y sobre la asamblea son los ancianos (también llamados obispos, pastores, y pastores-maestros; Hch. 20:28; Ef. 4:11) y diáconos. Tanto ancianos como diáconos deben de cumplir con los requisitos bíblicos (1 Ti. 3:1-13; Tit. 1:5-9; 1 P. 5:1-5). Enseñamos que estos líderes guían o gobiernan como siervos de Cristo (1 Ti. 5:17-22) y tienen Su autoridad al dirigir la iglesia. La congregación debe someterse a su liderazgo (He. 13:7, 17). Enseñamos la importancia del discipulado (Mt. 28:19-20; 2 Ti. 2:2), responsabilidad mutua de todos los creyentes los unos a los otros (Mt. 18:5-14), como también la necesidad de disciplina de miembros de la congregación que están en pecado de acuerdo con los estándares de la Escritura (Mt. 18:15-22; Hch. 5:1-11; 1 Co. 5:1-13; 2 Ts. 3:6-15; 1 Ti. 1:19-20; Tit. 1:10-16). Enseñamos la autonomía de la iglesia local la cual es libre de cualquier autoridad externa o control, con el derecho de gobernarse a sí misma y con libertad de interferencias de cualquier jerarquía de individuos u organizaciones (Tit. 1:5). Enseñamos que es escritural que las iglesias verdaderas cooperen entre ellas para la presentación y propagación de la fe. No obstante, cada iglesia local, a través de sus ancianos y su interpretación y aplicación de la Escritura, debe ser el único juez de la medida y método de su cooperación. Los ancianos deben determinar todos los demás asuntos de membresía, políticas, disciplina, benevolencia, como también gobierno (Hch. 15:19-31, 20-28; 1 Co. 5:4-7; 13:1; 1 P. 5:1-4).

Enseñamos que el propósito de la iglesia es glorificar a Dios (Ef. 3:21) al edificarse a sí misma en la fe (Ef. 4:13-16), al ser instruida en la Palabra (2 Ti. 2:2, 15; 3:16-17), al tener comunión (Hch. 2:47; 1 Jn. 1:3), al guardar las ordenanzas (Lc. 22:19; Hch. 2:38-42) y al extender y comunicar el evangelio al mundo entero (Mt. 28:19; Hch. 1:8; 2:42). Enseñamos el llamado de todos los santos a la obra del servicio (1 Co. 15:58; Ef. 4:12; Ap. 22:12). Enseñamos la necesidad de que la iglesia coopere con Dios conforme El lleva a cabo Sus propósitos en el mundo. Para ese fin, Él da a la iglesia dones espirituales. En primer lugar, Él da hombres escogidos con el propósito de equipar a los santos para la obra del ministerio (Ef. 4:7-12) y, asimismo, Él también da capacidades únicas y especiales a cada miembro del Cuerpo de Cristo (Ro. 12:5-8; 1 Co. 12:4-31; 1 P. 4:10-11).

Enseñamos que hubo dos clases de dones dadas en la iglesia primitiva: dones milagrosos de revelación divina y sanidad, dados temporalmente en la era apostólica con el propósito de confirmar la autenticidad del mensaje de los apóstoles (He. 2:3-4; 2 Co. 12:12); y dones de ministerio, dados para equipar a los creyentes para edificarse los unos a los otros. Con la revelación del Nuevo Testamento ya terminada, la Escritura se vuelve la única prueba de autenticidad del mensaje de un hombre, y los dones de confirmación de una naturaleza milagrosa ya no son necesarios para certificar a un hombre o a su mensaje (1 Co. 13:8-12). Los dones milagrosos pueden llegar a ser falsificados por Satanás al punto de engañar aún a creyentes (1 Co. 13:13-14:12; Ap. 13:13-14). Los únicos dones en operación en el día de hoy son aquellos dones no revelatorios para equipar y edificar (Ro. 12:6-8). Enseñamos que nadie posee el don de sanidad en el día de hoy pero que Dios oye y responde a la oración de fe y responderá de acuerdo a Su propia voluntad perfecta por los enfermos, los que están sufriendo, y que están afligidos (Lc. 18:1-6; Jn. 5:7-9; 2 Co. 12:6-10; Stg. 5:13-16; 1 Jn. 5:14-15).

Enseñamos que a la iglesia local se le han dado dos ordenanzas: El Bautismo y la Cena del Señor (Hch. 2:38-42). El Bautismo Cristiano por inmersión (Hch. 8:36-39) es el testimonio solemne y hermoso de un creyente mostrando su fe en el Salvador crucificado, sepultado, y resucitado, y su unión con El en su muerte al pecado y resurrección a una nueva vida (Ro. 6:1-11). También es una señal de comunión e identificación con el cuerpo visible de Cristo (Hch. 2:41-42). Asimismo, la Cena del Señor es la conmemoración y proclamación de Su muerte hasta que Él venga, y siempre debe ser precedida por una solemne evaluación personal (1 Co. 11:28-32). También enseñamos que mientras que los elementos de la Comunión únicamente representan la carne y la sangre de Cristo, la Cena del Señor es de hecho una comunión con el Cristo resucitado Quien está presente de una manera única, teniendo comunión con Su pueblo (1 Co. 10:16).

Los Ángeles

Ángeles Santos.

Enseñamos que los ángeles son seres creados y por lo tanto no deben ser adorados. Aunque son un orden más alto de creación que el hombre, han sido creados para servir a Dios y para adorarlo (Lc. 2:9-14; He. 1:6-7, 14; 2:6-7; Ap. 5:11-14; 19:10; 22:9).Ángeles Caídos.

Enseñamos que Satanás es un ángel creado y el autor del pecado. El incurrió en el juicio de Dios al rebelarse en contra de su Creador (Is. 14:12-17; Eze. 28:11-19), al llevar a varios ángeles con él en su caída (Mt. 25:41; Ap. 12:1-14), y al introducir el pecado a la raza humana por su tentación de Eva (Gn. 3:1-15).

Enseñamos que Satanás es el enemigo abierto y declarado de Dios y el hombre (Is. 14:13-14; Mt. 4:1-11; Ap. 12:9-10), el príncipe de este mundo, quien ha sido derrotado a través de la muerte y resurrección de Jesucristo (Romanos 16:20); y que será eternamente castigado en el lago de fuego (Is. 14:12-17; Eze. 28:11-19; Mt. 25:41; Ap. 20:10).

Las Últimas Cosas

La Muerte.

Enseñamos que la muerte física no involucra la pérdida de nuestra consciencia inmaterial (Ap. 6:9-11), que el alma de los redimidos pasa inmediatamente a la Presencia de Cristo (Lc. 23:43; Fil. 1:23; 2 Co. 5:8), que hay una separación entre el alma y el cuerpo (Fil. 1:21-24), y que, para los redimidos, tal separación continuará hasta el rapto (1 Ts. 4:13-17), el cual inicia la primera resurrección (Ap. 20:4-6), cuando nuestra alma y cuerpo se volverán a unir y serán glorificados para siempre con nuestro Señor (Fil. 3:21; 1 Co. 15:35-44, 50-54). Hasta ese momento, las almas de los redimidos en Cristo permanecerán en comunión gozosa con nuestro Señor Jesucristo (2 Co. 5:8). Enseñamos la resurrección corporal de todos los hombres, los salvos a vida eterna (Jn. 6:39; Ro. 8:10-11, 19-23; 2 Co. 4:14), y los inconversos a juicio y castigo eterno (Da. 12:2; Jn. 5:29; Ap. 20:13-15). Enseñamos que las almas de los que no son salvos en la muerte son guardadas bajo castigo hasta la segunda resurrección (Lc. 16:19-26; Ap. 20:13-15), cuando el alma y el cuerpo de resurrección serán unidos (Jn. 5:28-29). Entonces ellos aparecerán en el juicio del Gran Trono Blanco (Ap. 20:11-15) y serán arrojados al infierno, el lago de fuego (Mt. 25:41-46), separados de la vida de Dios para siempre (Dn. 12:2; Mt. 25:41-46; 2 Ts. 1:7-9).

El Rapto de la Iglesia.

Enseñamos el regreso personal, corporal de nuestro Señor Jesucristo antes de la tribulación de siete años (1 Ts. 4:16; Tit. 2:13) para sacar a Su iglesia de esta tierra (Jn. 14:1-3; 1 Co. 15:51-53; 1 Ts. 4:15-5:11) y, entre este acontecimiento y Su regreso glorioso con Sus santos, para recompensar a los creyentes de acuerdo a sus obras (1 Co. 3:11-15; 2 Co. 5:10).

El Periodo de Tribulación.

Enseñamos que inmediatamente después de sacar a la iglesia de la tierra (Jn. 14:1-3; 1 Ts. 4:13-18) los justos juicios de Dios serán derramados sobre un mundo incrédulo (Jer. 30:7; Dn. 9:27; 12:1; 2 Ts. 2:7-12; Ap. 16), y que estos juicios llegarán a su clímax para el tiempo del regreso de Cristo en gloria a la tierra (Mt. 24:27-31; 25:31-46; 2 Ts. 2:7-12). En ese momento los santos del Antiguo Testamento y de la tribulación serán resucitados y los vivos serán juzgados (Dn. 12:2-3; Ap. 20:4-6). Este periodo incluye la 70a. semana de la profecía de Daniel (Dn. 9:24-27; Mt. 24:15-31; 25:31-46).

La Segunda Venida y el Reino Milenial.

Enseñamos que después del periodo de tribulación, Cristo vendrá a la tierra a ocupar el trono de David (Mt. 25:31; Lc. 1:31-33; Hch. 1:10-11; 2:29-30) y establecerá Su reino mesiánico por mil años sobre la tierra (Ap. 20:1-7). Durante este tiempo los santos resucitados reinarán con Él sobre Israel y todas las naciones de la tierra (Eze. 37:21-28; Dn. 7:17-22; Ap. 19:11-16). Este reinado será precedido por el derrocamiento del Anticristo y el Falso Profeta, y deposición de Satanás del mundo (Dn. 7:17-27; Ap. 20:1-7).

Enseñamos que el reino mismo va a ser el cumplimiento de la promesa de Dios a Israel (Is. 65:17-25; Eze. 37: 21-28; Zac. 8:1-17) de restaurarlos a la tierra que ellos perdieron por su desobediencia (Dt. 28:15-68). El resultado de su desobediencia fue que Israel fue temporalmente hecho a un lado (Mt. 21:43; Ro. 11:1-26) pero volverá a ser despertado a través del arrepentimiento para entrar en la tierra de bendición (Jer. 31:31-34; Eze. 36:22-32; Ro. 11:25-29). Enseñamos que este tiempo del reinado de nuestro Señor será caracterizado por armonía, justicia, paz, rectitud, y larga vida (Is. 11; 65:17-25; Eze. 36:33-38), y será llevado a un fin con la libertad de Satanás (Ap. 20:7).

El Juicio de los Perdidos.

Enseñamos que después de que Satanás sea soltado después del reinado de Cristo por mil años (Ap. 20:7), Satanás engañará a las naciones de la tierra y las reunirá para combatir a los santos y a la ciudad amada, y en ese momento Satanás y su armada serán devorados por fuego del cielo (Ap. 20:9). Después de esto, Satanás será arrojado al lago de fuego y azufre (Mt. 25:41; Ap. 20:10) y entonces Cristo, Quien es el Juez de todos los hombres (Jn. 5:22), resucitará y juzgará a los grandes y pequeños en el Juicio del Gran Trono Blanco. Enseñamos que esta resurrección de los muertos no salvos a juicio será una resurrección física, y después de recibir su juicio (Ro. 14:10-13), serán entregados a un castigo eterno consciente en el lago de fuego (Mt. 25:41; Ap. 20:11-15).

Eternidad.

Enseñamos que después de la conclusión del milenio, la libertad temporal de Satanás, y el juicio de los incrédulos (2 Ts. 1:9; Ap. 20:7-15), los salvos entrarán al estado eterno de gloria con Dios, después del cual los elementos de esta tierra se disolverán (2 P. 3:10) y serán reemplazados con una tierra nueva en donde sólo mora la justicia (Ef. 5:5; Ap. 20:15; 21-22). Después de esto, la ciudad celestial descenderá del cielo (Ap. 21:2) y será el lugar en el que moren los santos, en donde disfrutarán de la comunión con Dios y de la comunión mutua para siempre (Jn. 17:3; Ap. 21-22). Nuestro Señor Jesucristo, habiendo cumplido Su misión redentora, entonces entregará el reino a Dios el Padre (1 Co. 15:24-28) para que en todas las esferas el Dios Trino reine para siempre (1 Co. 15:28).